martes, 8 de diciembre de 2009

Fantasías de Verano




Parte 2; Final


“Ya no quiero estar sufriendo, odio la luz del día, así no la puedo disfrutar, necesito estar realmente vivo, quiero despertar”.

Lubdín necesitaba un respiro, de momentos, como cuando estaba con Laurent se sentía diferente, de pronto olvidaba todos sus tormentosos malos pensamientos y podía incluso sonreír. Pero como pasaban los días se daba cuenta que estaba solo, ya para cuando cumplió la mayoría de edad estaba realmente solo. Sin sus padres, sin su hermano, sin Lauren; quien a pesar de su corta edad, estaba comprometida, sin una mascota a quien cuidar, alimentar, acariciar. Se refugiaba en sus sueños, en sus fantasías. Como el sueño que comúnmente tenía; relajado, recostado sobre el mar, desnudo y frente al cielo despejado, a la deriva, sólo pero más adelante acompañado de Laurent.

Solía ir a la playa y surfear sobre las olas. No tenía más amigos, Román se había ido a vivir con sus abuelos, aunque en las vacaciones de verano solía estar con él. Siempre, sentado en la playa, observaba a otras personas, de su edad, más grandes, niños, perros, todo. Pero no entendía por qué él y solo él estaba solo.

¿puedo sentarme? —, pregunto de pronto una chica que se le acerco

Este…—, Lubdín estaba nervioso, jamás en mucho tiempo había platicado con alguien que no fuera el de la tienda, o su profesor de física —,sí, claro, siéntate—, continuó nervioso

Es lindo, ¿verdad? —, preguntó tocando su pierna con la mano

¿Qué es…lindo?

El mar

Si, seguro que lo es, pero está maldito

¿Por qué dices eso? —, preguntó la chica extrañada

Por nada, cosas mías—, respondió y se levantó de la arena

Me llamo Glen, ¿y tú? —, mencionó antes de que se marchara muy lejos

Lubdín, me llamo Lubdín

¿puedo acompañarte, Lub? —preguntó Glen, Lubdín se quedó pensando, pero accedió.

La chica era hermosa, era blanca aunque tenía la piel bronceada por el sol, el cabello negro y despeinado. Caminaron por la costa hasta llegar al barrio de Lubdín.

Bien, por aquí vivo, gracias por hacerme compañía

Es un placer—dijo Glen al mismo tiempo que le plantó un beso en la mejilla, muy cerca de los labios, lento.

Lubdín caminó hasta su casa. Las siguientes semanas la pasaría con ella. Surfearían, platicarían, Lubdín le platicaría muchas de sus penas y Glen escucharía casi sin decir palabra. ¿Quién era esa chica y porque escogería a Lubdín como compañía?, nunca lo supo.

Un día, llovía, el clima era cálido, fresco. Glen se perfumo, se puso un vestido verde pasto y sandalias amarillas.

Lubdín, ¿quieres ser mi novio? —, le propuso Glen a Lubdín.

Lubdín quedó atónito al escuchar eso que no sabía cómo reaccionar.

Yo…yo, si, si quiero—, y le plantó un largo beso en los labios.

Lubdín no se podía engañar, cada vez que besaba a Glen, que por cierto, lo hacían todo el tiempo, pensaba en Laurent, se imaginaba que era ella, con un disfraz de Glen, que debajo de la piel de los labios de Glen, se escondían los de Laurent. Pero no era así, y eso, Lubdín lo iba asimilando todos los días que pasaban juntos. Llegó un momento en el que ya la quería, mucho. Y ese día la encontró acostada en la playa, con otro hombre, besándose, tocándose, acariciándose.

“No, ya quiero despertar, estoy comenzando a aburrirme demasiado, ¿Qué es esto?, ¿vida?, no la quiero, estoy cansado.”

Lubdín, sospechaba algo así, pero no había perdido las esperanzas, ahora, ellas se había ido de él. Entonces se comenzó a hacer muchas preguntas, mientras corría a su casa, descalzo, sobre la arena. Como le gustaba caminar.

El cielo se comenzó a nublar y gotas de lluvia amarga brotaban desde las nubes, empapando la cara de Lubdín que miraba al cielo.

Román, tenía ya quince y decidió irse a vivir con él porque Lubdín ya no podía seguir su vida normal, estaba decepcionado de tantas cosas, del mundo, de la gente, de los sentimientos.

Se suponía que tu deberías de cuidarme Lub—, le decía a su hermano mientras le acariciaba el cabello con los dedos, Lubdín estaba recostado en su cama, con almohadas

No lo sé hacer, soy casi un hombre y no se cuidarme ni a mí mismo, no sirvo

No digas eso, jamás

Es verdad, no puedo ser un hombre, no tengo agallas, valor, son un cobarde, sentimental

No te tomes tan apecho tu papel de hombre, es solo un decir, eso se logra con el tiempo y con acciones

Acciones, no sé hacer nada—, se lamentaba, casi lloraba

Estoy aquí Lub, cuídame, cuida de mí, protégeme—, decía mientras se acomodaba entre los brazos de su hermano.

Lubdín abrazó esa vez a su hermano como nunca lo hizo, Román se sintió protegido por primera vez por su hermano mayor. Lubdín solo quería ser un buen hermano para Román, sentía que no lo lograba y que el tiempo se lo estaba tragando.

Una noche, llovía mucho, Laurent tocó la puerta de la casa de Lubdín. Él abrió y se sombró tanto que la abrazó y la beso en la mejilla.

¿pero, que estás haciendo tú aquí? —, preguntó Lubdín sorprendido. Laurent, casi llorando respondió

Te extraño, demasiado—le abrazó.

Yo también, diario lo hago, pero no te olvido, jamás

Me casaré, mañana.

Lub se quedó quieto, no lo entendía, ¿Por qué era tan desdichado? Se alejó de ella lentamente, le acarició el rostro con la palma de su mano y luego salió de la casa, entre la lluvia corrió, se empapó. Se dirigió a la playa. Gritó tan fuerte como pudo que despertó a algunos vecinos de por ahí.

Román fue tras de él, y lo encontró, tirado en la arena, mojado y despeinado.

¡no puedo hermanito!, ¡no puedo más!, ¿Qué hago? — Román lo tomó entre sus brazos, aunque no lo podía levantar por completo

Hermano, Lub, ponte de pié, caminemos, olvida todo, inicia desde cero, haz una nueva vida, te quiero

Lo sé, pero ella no

Si te quiere, todos lo hacemos

Pero yo jamás podré ser feliz como me gustaría

Intenta

Es inútil, lo sabes.

Esa noche, paró de llover pronto y se quedaron recostados sobre la playa hasta el amanecer, Lubdín recostado sobre Román. Laurent se sintió muy mal, ella sabía que Lubdín le quería mucho, pero no podía hacer nada, sus padres controlaban su vida, era cobarde.

¡aahhh! —gritó Lub al despertar con los brazos extendidos.

Se quitó los zapatos, caminó hasta el mar, las olas lo empezaron a cubrir y a mojar. Caminó varios metros y de pronto se dejó hundir en el agua. Román se despertó y lo busco, se sumergió y lo sacó casi inconsciente. Le dio respiración de boca a boca y Lub expulsó chorros de agua de mar, salada.

¡No lo vuelvas a hacer Lub, jamás! — exclamó Román a Lubdín, cerca de su rostro y se marchó a casa.

Ese día era la boda, Román y Lubdín estaban en las filas de en medio en el templo. Vieron bien como Laurent iba caminando hasta el altar. Con su vestido blanco, discreto, lucía perfecta, hermosa, única.

“No puedo estar aquí, tengo que salir, mis ojos han sido condenados y mi corazón, ese ya no existe, ya no sirve más que para bombear la sangre a mi cerebro, necesito aire, aunque ya no tiene sentido seguirlo tomando, necesito irme, irme de aquí”

Lubdín salió corriendo en medio de la ceremonia, Román corrió tras él. Y como efecto secundario Laurent tomó valor y salió de la iglesia sin importar los murmuros de la gente, por primera vez había tomado valor, era otra.

Lubdín corrió muy fuerte, en el camino se iba deshaciendo de sus zapatos y se iba desabrochando el moño negro y los botones de su playera blanca que traía puesta. Llegó a la playa, se detuvo en la orilla, volteó asía su derecha y vio una colina. Corrió hasta ella, subió. Román le gritaba que se detuviera, pero éste no hacía caso. Laurent iba corriendo también recogiendo el vestido blanco para que no se tropezara.

Lub corrió muy rápido y se detuvo en el acantilado, tomó aire y suspiró y se arrojó.

Román y Laurent, impotentes lo miraban caer. Y pareciera extraño, pero en su rostro, Lub mostraba satisfacción, se sintió libre por unos instantes, pudo respirar y sentir el aire, la briza ,y por algunos segundos, su vida tenía un sentido; morir.

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